viernes, 14 de febrero de 2014

Capítulo 2

Un caluroso 14 de julio

Acababa de salir de la ducha cuando sonó la canción Mírame a los ojos de Green Valley. Cogí el móvil del lavabo de mármol y después de comprobar de que quien me llamaba era Álvaro, contesté.

-¡Álvaro!

-Hola princesa -me contestó-. ¿Qué tal la tarde?

-Muy aburrida...

-Pues te la voy a animar un poco.

-¿Ah, si? -me emocioné- ¿Qué me espera?

-Te espero yo a las diez en el parque.

-Allí estaré.

-Muy bien. Luce tu mejor vestido.

Colgué. Me vestí con mi mejor ropa: Ese vestido azul y blanco de Chanel que Álvaro me había regalado. Era precioso. Tenía dos tiras cruzadas en el pecho, azules, que se volvían a cruzar por la espalda y se ataban a la cintura. La falda del vestido empezaba con el mismo azul, pero iba haciendo un degradado hasta el borde, que se volvía blanco. El vestido me llegaba por las rodillas y me encantaba. Era fresquito, pero dejaba ver sólo lo suficiente. Me puse unos tacones de aguja azul cielo -era bajita, por lo que no me quedaban demasiado mal-, con un bolso del mismo color, pero con correas blancas. En el baño me hice mi mejor peinado: Una trenza de raíz que me recorría toda la cabeza, del lado derecho hasta el izquierdo, la raya en un lado y todo el pelo que quedaba suelto, liso, ondulado por las puntas. Estaba perfecta. Metí lo necesario en mi bolso y salí de casa. En diez minutos estaba en el Parque del Retiro. Recorrí el camino de tierra, giré a la izquierda, luego a la derecha... y ya estaba. Un banco escondido entre unos altos árboles, cerca de un riachuelo. Era sumamente impresionante. Pero en ese día, en ese momento, en esa décima de segundo, aún lo era más.


Una semana y algo antes

Caminábamos de la mano a la sombra de ese caluroso tres de julio. Entonces Álvaro empezó a correr a una velocidad de vértigo, y yo, enganchada a su mano, le seguía. Me llené de barro mis sandalias negras, pero mereció la pena. Llegamos a un banco precioso, rodeado de árboles y de enredaderas, en una mini-pradera repleta de azucenas amarillas. Me cogió una mano, y la otra la apoyó en mi espalda. Me acercó a él y en ese instante se paró el tiempo. Su olor, su respiración, su tacto, su mirada... Todo. Y me besó. Mi primer beso con él. No pude saber cuánto tiempo estuvimos así, y creo que nunca lo sabré. Le agarraba muy fuerte, creo que, con la intención de pegarme a él y no separarme jamás. Pero no debía funcionar, porque nos acabamos separando.
Desde entonces, era nuestro banco. Nuestro lugar. Nuestro, y sólo nuestro.



Un caluroso 14 de julio

Esa vez era todavía mejor. Estaba todo decorado con velitas, y había un mantelito en el suelo con un montón de comida riquísima, hecha por Álvaro. Era precioso. Me acerqué a él y lo besé, y él, respondió el beso.

-¡Sorpresa!

-¡Wow! Álvaro, es impresionante.

Entonces me miró con un brillo en los ojos, un brillo de niño pequeño, un niño pequeño con una de esas piruletas enormes de colores que salen en los dibujos animados. Y entonces, sus ojos marrones, tan comunes, me parecieron los más bonitos del mundo. Íncreibles, inigualables, únicos. Especiales.

-¿Te gusta?

-¿Bromeas? ¡Me encanta!

Y me cogió, y me volvió a besar, y nos quedamos así, abrazados, yo apoyada sobre su pecho, escuchando su corazón, o tal vez, el mío, robado y guardado dentro de él. Y esa noche fue mágica. Comimos todo -hasta reventar-, jugamos, bailamos, gritamos, saltamos, corrimos y nos abrazamos.

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